¿Qué significa hacer sociología pública en momentos como los que estamos viviendo? A partir de esta pregunta, conversamos con Daniel Chernilo acerca de la dimensión pública del conocimiento, cómo se ha desenvuelto a lo largo de la historia de la disciplina, y qué desafíos representa en la actualidad de la sociedad chilena. ¿Cómo hacer una sociología que no solamente se vincule con públicos diversos, sino que también pueda interpelarlos?

 

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Pensamiento Nómada · Episodio 5: Daniel Chernilo – Sociología Píublica

 

 

 

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Yo creo que es fundamental entender que la idea de sociología pública está en el centro y en el corazón de la sociología. Que en alguna medida no hay tal cosa como una sociología no-pública. Y eso tiene que ver con una cuestión relativamente trivial, y es que el conocimiento que la sociología produce es un conocimiento sobre el mundo social, e inevitablemente, con más o con menos mediaciones, es un conocimiento que eventualmente se reintegra y es parte siempre del discurso social. Dicho eso, también es cierto que dados los niveles de especialización, los niveles de complejidad, los niveles de diferenciación, el volumen de discursos sobre la sociedad, la sociología no tiene una posición de privilegio, no puede decir ‘venga acá la sociedad a escucharme a mí, lo que yo tengo para decir sobre ella’, y por tanto debe desarrollar, creo yo, algunos dispositivos, o algunas estrategias específicas para poder hacer verdadera, para poder realizar, implementar, su vocación pública.

 

Mi nombre es Daniel Chernilo, soy profesor titular de sociología en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez. He escrito sobre humanismo, la historia de la sociología, nacionalismo y cosmopolitismo.

 

En clave histórica, todos los sociólogos desde la segunda mitad del XIX en adelante, han tenido alguna clase de aspiración de transformación de la sociedad, no en un sentido necesariamente radical, de transformación en el sentido marxista, o de una sociedad radicalmente distinta, pero la idea de reforma social, de transformación social, de corregir, de salvaguardar determinados elementos de las sociedades es parte del discurso sociológico desde sus inicios, en relación con el capitalismo, en relación con la pobreza, en relación con el racismo, en relación con la desigualdad, en relación con el género. La sociología clásica se nutre y es parte de ese discurso. Y desde ese punto de vista, y yo creo que ya, si tu quieres, nos vamos acercando al presente, efectivamente hay un par de momentos como icónicos de ese proceso. Yo creo que evidentemente el manifiesto comunista de Marx, uno podría tomarlo como una primera expresión de un tipo de trabajo sociológico que está basado en un trabajo histórico y teórico súper significativo, pero que está escrito con miras a ser lo más masivo y a poder colocar una visión utópica, una visión de transformación de la sociedad. Después, por ejemplo, uno puede llegar a principios o a mediados de la Primera Guerra Mundial, cuando todos los sociólogos clásicos de la época, Weber, Simmel, Durkheim, todos escriben sobre la guerra. Ya sea, en algún momento para celebrar la guerra, porque es la llegada de un mundo nuevo que va a liberar las fuerzas oprimidas de las distintas naciones, con miras a un mundo mejor, pensaban ellos, después se arrepienten de ese optimismo respecto de la guerra, y escriben textos súper trágicos respecto de cómo nos equivocamos tanto, y son textos públicos, son textos escritos para un público masivo, no son textos académicos. Y posiblemente el momento más icónico, que es post Segunda Guerra Mundial, que es cuando una pensadora que no es una socióloga propiamente tal, pero que hace este tipo de trabajos, como Hannah Arendt, decide poner su agudeza analítica, y poner sus preocupaciones políticas al servicio de una historia que para ella es muy significativa, que es el juicio de Eichmann en Jerusalén en los 60. Y lo que hace Arendt ahí, la historia es que ella consigue que el New Yorker la comisione para viajar a Jerusalén y participar del juicio, y ahí lo que hace Arendt es, uno podría decir, nuevamente, es por un lado poner al servicio de la reflexión pública, a propósito de un evento históricamente muy significativo, el background filosófico, el trasfondo filosófico e histórico que ha informado su investigación durante ya 25 0 30 años. Y en ese sentido, me parece a mí que es interesante porque Arendt ofrece una narración que es interesada, sus lealtades políticas o morales están siempre puestas sobre la mesa, pero al mismo tiempo hace este ejercicio, este ejercicio contraintuitivo, a ratos violento para muchos de sus lectores, que es tratar de empatizar con aquello con lo que no puede empatizar, tratar de comprender aquello que es incompresible, y llega a esta formulación de la banalidad del mal para referirse a Eichmann como este sujeto que habiendo tenido tanto poder, y habiendo sido tan responsable de la organización de lo que se llamaba “La solución final” durante la época del régimen Nazi, Arendt no quiere transformarlo en un monstruo, dice ‘si lo transformamos en un monstruo lo despojamos de su humanidad’, y hace entonces que sus acciones sean por un lado incomprensible, puramente un acto de irracionalidad, y por otro lado, dice ella, nos deja en una situación personal de tranquilidad porque el tipo era tan malvado, que no hay ninguna duda de que ninguno de nosotros, que somos personas bien educadas, bien criadas y con una buena concepción del mundo, jamás podríamos llegar a hacer algo tan terrible, a participar de acciones tan terribles como estas. Y Arendt, trata de problematizar esa actitud algo natural, o algo de sentido común respecto de la malevolencia, de la maldad de Eichmann, de forma tal entonces, de meterse en el interior de este personaje tan malévolo, y no deshumanizarlo, sino re-humanizarlo. Y en ese sentido, yo creo que es muy importante la lección que ofrece Arendt, porque justamente hace estas dos o tres cosas que están en el centro de la idea de sociología pública. Por un lado, escribir para un público amplio, tomarse en serio la responsabilidad que implica escribir más allá de la academia, tomarse en serio el conocimiento que ella ha desarrollado, filosófica e históricamente sobre un tema, y apelar a que la objetividad de su descripción no se juega en la neutralidad valorativa, el no enjuiciar a Eichmann, Arendt cree que a Eichmann hay que aplicarle la pena de muerte, ella no tiene ninguna duda al respecto, o sea, no solo Eichmann es culpable, sino que Eichmann es culpable de los crímenes más graves que uno puede imaginarse, y por tanto es merecedor de la pena más grave, ella no toma una posición de neutralidad, eso está claro desde el comienzo del libro, pero hacer de esa descripción normativa una parte de su propio argumento, y desplegar esos juicios valorativos, que son inevitables, que son parte de la sociedad, que son parte como central de la sociedad en esa reflexión.

 

 

El concepto de sociología pública tuvo una reaparición en el campo sociológico en el cambio de siglo, alrededor del 2000, hay una tradición en la sociología americana, que quien asume la presidencia de la Asociación Americana de Sociología hace como un discurso inaugural, que es como que coloca una agenda de trabajo respecto de cómo quiere que sea su período como presidente de la Asociación y Burawoy hace este llamado a la sociología pública, y eso en el contexto de que en la sociología anglosajona en general, pero en la sociología americana en particular, está esta idea de que la sociología es una ciencia, y como tal su trabajo es primariamente analítico, descriptivo, explicativo si es que tiene éxito, pero la vocación política y la vocación pública de la sociología es una cuestión como subdesarrollada y de menor status social e intelectual al interior de la disciplina en Estados Unidos. Y Burawoy dice entonces que eso es una traición a la vocación de la sociología en el sentido en el que hemos venido hablando, porque la sociología debe relacionarse con sus públicos. En el contexto de lo que está pasando ahora en Estados Unidos, con el racismo en la policía, y con el racismo en general, Burawoy dice ‘eso es inaceptable’, y en ese sentido la vocación de sociología pública a la que apunta Burawoy, dice él, es el vínculo sistemático que debe haber, o el vínculo intrínseco que debe haber entre el discurso sociológico y los actores sociales. O sea, la idea de sociología pública de Burawoy es una sociología que se pone al servicio de las causas políticas y sociales de distintos actores, y por tanto, un poco en la línea de lo que sugiere Bourdieu también, el conocimiento sociológico se pone al servicio de demandas que no son sociológicas, pero respecto de las cuales la sociología tiene algo para decir. A mí me parece esa una idea importante, me parece una idea sugerente, que de hecho me parece que es parte fuera de la sociología norteamericana, es parte también de lo que la sociología hace en buena parte del mundo, la sociología latinoamericana ha sido siempre una sociología que ha hecho ese tipo de trabajo público, es imposible describir la sociología latinoamericana si no está relacionada con el proyecto de la modernización, con los proyectos más revolucionarios, o con los proyectos de re-democratización en los 80′ y en los 90′, no hay tal cosa como sociología latinoamericana con este nivel de asepsia al que se refiere Burawoy en relación a la sociología norteamericana, la sociología francesa también es altamente politizada, entonces en algún sentido lo que uno observa, si uno quiere ser un poco duro con Burawoy, es que hay algún nivel  de parroquialismo en su observación, porque en realidad el problema es un problema de la sociología americana, no es un problema de la sociología global. Pero en segundo lugar, y en términos ya más específicos y más técnicos, mi dificultad con el problema de la definición de Burawoy, es que yo creo que hay una dimensión reflexiva del conocimiento sociológico que Burawoy da un poco por descontada y que por eso mismo queda subvalorada en su enfoque. A qué me refiero: es que no hay ninguna duda que el conocimiento sociológico respecto de la desigualdad o respecto del racismo, por ejemplo, puede jugar un rol político muy importante, y a mi juicio está bien que así sea. Pero eso no puede ser toda la contribución sociológica, porque parte de lo que la sociología debe hacer es incrementar los niveles  de reflexividad en la sociedad, y decirla también a esos movimientos que están luchando contra el racismo, que están luchando contra la desigualdad, que pueden cometer errores, que pueden estar traicionando sus propios principios, que algunas de las políticas que están proponiendo a lo mejor no van a conseguir los resultados que ellos esperan, y me da la impresión de que el dispositivo de la sociología pública de Burawoy no tiene un mecanismo interno que le permita hacer ese ejercicio de reflexividad. Y como a mí me interesa la dimensión normativa de los problemas sociales, y creo que la discusión normativa sobre la justicia, sobre la igualdad, sobre la solidaridad, sobre la autonomía es central a la contribución sociológica al discurso público, entonces esa suerte de punto ciego de la sociología de Burawoy me genera algún nivel de dificultad, porque no sé cómo desde Burawoy, tampoco desde Bourdieu, uno toma esta distancia reflexiva respecto del hecho de que los actores a los que uno apoya pueden estar cayendo en alguna de las falacias, en algunas de las prácticas discriminatorias que ellos mismos quieren trascender, porque no está ese ejercicio de la dimensión normativa, estrictamente normativa, de su propia acción.

 

 

Yo creo que una dimensión fundamental de una sociología pública es meterse en el centro de esa interacción entre valores, instituciones y conocimiento empírico, de forma tal de contribuir a desentrañar la forma siempre extremadamente compleja y dinámica en que esas dimensiones interactúan. Y desde ese punto de vista entonces, claro, una sociología que dice ‘no, yo me retraigo del debate público y político en aras de una forma de conocimiento aséptico de la sociedad’ no nos sirve, una sociología de ese tipo no se ensucia las manos, pero una sociología que se compromete a-críticamente con alguno de los actores de la revuelta, y solo con uno de ellos, se ensucia demasiado las manos, y se compromete demasiado con un solo proyecto, y pierde esa reflexividad de la que estábamos hablando. Entonces yo creo que la primera dimensión de la sociología pública como me interesa a mí, es este ejercicio permanente de ver que la discusión normativa está en el centro de la discusión social, y que esa discusión normativa, porque está sociológicamente informada, debe integrar estas distintas dimensiones: el conocimiento empírico, la práctica política, el contexto histórico, las capacidades institucionales del Estado, etcétera. Y la segunda dimensión yo creo que es más práctica, y ahí yo creo que quienes enseñamos sociología tenemos una responsabilidad bien importante: aprender a escribir con claridad. O en el peor de los casos, aprender a escribir de forma distinta para nuestros distintos públicos, aprender a comunicarnos con nuestros distintos públicos, puede no ser solo la escritura, pero para concentrarnos en la escritura, yo creo que hay todavía, no solo en Chile, pero para hablar del caso chileno, esta idea de que escribir en difícil, citar autores, poner conceptos y palabras nuevas, pareciera ofrecer una suerte de status intelectual, y yo creo que si uno quiere hacer sociología pública, lo más importante es darse a entender, y desde ese punto de vista, aprender a escribir para distintos públicos, aprender a escribir en distintos formatos, aprender a comunicarse con distintos lenguajes, yo creo que es una cuestión que nosotros no enfatizamos suficiente.

 

 

Creo que la sociología nunca había estado tan bien. Creo que es imposible mirar la historia de la sociología en Chile desde los primeros estudios de la conciencia obrera en la usina de Huachipato creo a mediados de los 50′ con Alain Touraine, si uno mira la sociología en Chile desde esa época hasta hoy día, nunca había habido tanta sociología, nunca la sociología chilena había producido tanta investigación, de tan buena calidad, nunca había estado tan integrada al sistema sociológico y científico internacional, es cierto que en el pasado los sociólogos habían tenido bastante prestigio público, pero hoy día lo tienen tanto o más que antes, o sea creo que desde cualquier indicador, la cantidad de carreras de sociología, la calidad de lo que sale, yo creo que nunca la sociología en Chile había gozado de tan buena salud. Yo creo que el desafío hoy en día es mantener por un lado una presencia pública, informada, ilustrada, y no dejarse llevar por la emocionalidad del momento, por la intensidad de la crisis, por la necesidad de decir o hacer algo en el presente, dado que la urgencia es tal. Yo creo que, todos los que participamos del debate público, por distintas plataformas, en algún momento miramos hacia atrás y decimos ‘chuta, lo que dije’, o ‘mi intervención la semana pasada fue realmente al fragor de algún evento específico, ya sea las violaciones de Derechos Humanos en octubre y noviembre, o todo lo que ha venido pasando ahora con las entregas de comida, entonces uno en se momento reacciona un poco visceralmente frente a fenómenos o a eventos que a uno lo compelen de manera muy intensa. Entonces yo creo que hay una dimensión que es mantener este seguimiento constante de los eventos, sin perder ese mínimo de distancia analítica y crítica que es fundamental para que nuestra intervención sea sociológica. Uno puede decidir intervenir como un ciudadano más y eso está muy bien, pero para que sea sociología pública, no dejar de lado esa dimensión más analítica. Y yo diría que tal vez otra cuestión que es importante, y ahí sí diría que no lo hemos hecho suficientemente bien, es que todavía buena parte de la intervención sociológica en el debate público en el país está bastante contaminada de lo que en alguna literatura se conoce como Nacionalismo Metodológico. Se observa demasiado Chile desde Chile, nos cuesta mucho todavía, eso pasa en distintos contextos nacionales, no es que en Chile la situación sea más grave que en otra, pero en Chile pasa muy claramente. Que se buscan las causas de lo que está pasando solo en el país, en razón de la historia del país, en razón de las coordenadas socio-históricas locales. Yo creo que la capacidad de mirar en clave comparada, en clave más global, en clave más regional, yo creo que ahí todavía sí seguimos siendo bastante parroquiales. Y yo diría que ahí entonces, muchas de las mejores intervenciones de la sociología pública en la historia de la sociología chilena, pienso por ejemplo en el libro ‘La anatomía de un mito’, de Tomás Moulian, que posiblemente sea como el gran libro de sociología pública de la historia de Chile, nunca un libro de sociología en Chile había sido best seller durante meses, todavía adolece de ese parroquialismo de mirar Chile en sus propios términos, y diría que tal vez uno de los desafíos de la excelente sociología que se hace hoy día en Chile en las distintas generaciones, en los distintos temas, desde distintas tradiciones, desde distintas orientaciones teóricas y metodológicas, diría que un problema que todavía tenemos es esta dimensión un poco nacionalista, autocontenida, autocentrada, un poco ombliguista, que es propia de tradiciones intelectuales que se van consolidando tal vez.

 

 

Esta cita está tomada de la conferencia que dictó Max Weber en Munich en enero de 1919, La ciencia como vocación. “¿Qué es lo realmente positivo que aporta la ciencia para la «vida» práctica y personal?» Con esto nos encontramos ante el problema de su «vocación». Por de pronto, la ciencia proporciona conocimientos sobre la técnica que, mediante la previsión, sirve para dominar la vida, tanto las cosas externas como la propia conducta de los hombres. En segundo lugar, la ciencia proporciona métodos para pensar, instrumentos y disciplina para hacerlo. Felizmente tampoco con eso concluye, sin embargo, la aportación de la ciencia y aún podemos mostrar un tercer resultado importante de la misma: la claridad. Podemos hacer ver claramente a quienes nos escuchan que frente al problema de valor de que se trate cabe adoptar tales o tales posturas prácticas. La experiencia científica enseña que se han de utilizar tales o cuales medios para llevarla a la práctica. Si, por casualidad, esos medios son de tal índole que ustedes se sienten obligados a rechazarlos, se verán forzados a elegir entre el fin y los inevitables medios. ¿Resultan o no santificados los medios por el fin? El académico puede situarlos a ustedes ante la necesidad de esta elección, pero no puede hacer más mientras siga siendo académico y no se convierta en demagogo. Puede decir, además, que si ustedes quieren tal o cual fin, han de contar con estas o aquellas consecuencias secundarías que, según nuestra experiencia, no dejarán de producirse. Y con esto llegamos ya a la última aportación que la ciencia puede hacer en aras de la claridad, aportación que marca también sus límites: podemos y debemos decir que tal postura práctica deriva lógica y honradamente, según su propio sentido, de tal visión del mundo , pero no de tales otras. Si se mantiene fiel a sí mismo, el investigador llegará internamente a estas o aquellas consecuencias últimas y significativas. En principio al menos, esto está dentro del alcance de la ciencia y esto es lo que tratan de esclarecer las disciplinas filosóficas y los temas iniciales, esencialmente filosóficos, de las demás disciplinas concretas. Sí conocemos nuestra materia (cosa que hemos de dar aquí por supuesta) podemos obligar al individuo a que, por sí mismo, se dé cuenta del sentido último de sus propias acciones. O si no obligarlo, al menos podemos ayudarle a esa toma de conciencia. Me parece que esto no es ya tan poco, ni siquiera desde el punto de vista de la vida puramente personal. Hablando en imágenes, podemos decir que quien se decide por esta postura está sirviendo a un Dios y ofendiendo a otro. La vida, en la medida en que descansa en sí misma y se comprende por sí misma, no conoce sino esa eterna lucha entre dioses.